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martes, 21 de diciembre de 2010

Pequeñas historias de estación.

Sentado en el banco observaba el ir y venir de los viajeros. Subían, bajaban, se despedían y se encontraban. Profundas tristezas e inmensas alegrías.

Dos horas ya.

Comprendió entonces que no tenía sentido esperar más. Cogió el libro y se levantó.
Su caminar era lento y pesado. ¡Esta maldita rodilla!
Pero su dolor no venía de las piernas sino del corazón. Hasta el último momento confió en que vendría, pero...

De repente, a lo lejos y a contraluz, una silueta entre las demás.
¡No puede ser!, A ver... ¡Si, si, es ella!
Corrió a su encuentro, ya no importaba la rodilla. Se abrazaron y el mundo cambió.

- Pero, ¿En qué tren has llegado?
- Pues en el de las 2.
- ¡No puede ser!, llevo dos horas en el andén esperando.
- En la cafetería, habíamos quedado en la cafetería, ¿no recuerdas? En aquella mesa, la misma en la que nos despedimos hace veinte años.
 - Llevo allí dos horas pensando que te habías arrepentido.