Sobre todo en las ciudades nos declaramos incapaces de sacrificar
un pollo o un conejo para comérnoslo, ¡que salvajada! ¡Con esos ojitos!
Sin embargo no ponemos reparo en hincarle el diente al
jugoso solomillo que nos han puesto delante. Así somos.
Lo cierto es que todos los días se sacrifican miles de
animales para nuestro alimento, si bien preferimos que otros hagan el trabajo “sucio”
y nos justificamos con aquello de “bueno si, pero les ponen unos electrodos en
la cabeza y no sufren nada,…”
El hombre es el mayor depredador de la Tierra, muy por
delante de cualquier otro ser viviente. Nos lo comemos todo: pollos, conejos, vacas, ballenas y cualquier
bicho que se ponga a nuestro alcance, bueno al alcance de la mano en el
supermercado porque al parecer todos estos alimentos crecen en los estantes. No
hay remordimientos porque, en la mayoría de los casos, su aspecto nada tiene
que ver con el animal original. La publicidad y las empresas especializadas se ocupan de suavizar y enmascarar la realidad para que el individuo solamente tenga que disfrutar consumiéndolo.
Esto permite que comas pollo aunque no te guste, pescado aunque lo odies y disfrutarás con esos sobrantes del matadero en forma de maravilloso pastel. Además podrás saborear esos ... como sea que se llamen que están hechos de ... lo que sea que contengan, pero que tienen un delicado sabor a marisco.